PASEANDO ENTRE TEMPLOS

Nuestro último día en Japón lo dedicamos a visitar Kioto. Esa noche llovió muchísimo, y por la mañana chispeaba un poco, pero tenía pinta de que iba a parar en cualquier momento. Cuando aparecimos en la estación de Nara por la mañana pasó algo insólito y que nadie esperaba, el tren que salía hacia Kioto se estaba retrasando. Decimos insólito porque hasta ese momento los trenes no se habían retrasado ni un solo minuto, nunca. De hecho, llevábamos los relojes sincronizados con la salida y llegada de los trenes, porque siempre habían sido exactos, vamos…igual que en España, lo mismo. Lo que estaba ocurriendo con ese tren era que por las fuertes lluvias se habían inundado algunos tramos de vía, y al final cancelaron ese recorrido hasta nuevo aviso, o eso nos imaginamos nosotros, porque no entendimos nada al señor que nos lo explicó. Ese día descubrimos que los japoneses también son humanos y cometen errores. De todos modos, rápidamente buscaron la solución, y a todos los que teníamos el Japan Rail Pass nos dieron una tarjeta que nos permitía viajar todo el día con otra compañía de tren, la Kaihen, hacia nuestro destino. Así que al final llegamos a Kioto un poco más tarde de lo previsto, pero no demasiado.
La verdad es que saber que había tantísimas cosas que ver en aquella ciudad agobiaba un poco porque ya sólo nos quedaba un día por allí, así que decidimos visitar lo que nos diera tiempo sin prisas, que ya bastante habíamos corrido los días anteriores.
Lo primero que fuimos a visitar en Kioto fue el templo de Fushimi, en el que se puede ir siguiendo un camino de varios kilómetros por las montañas caminando por debajo de cientos de puertas sintoístas todas alineadas. El lugar era increíble, muy bonito, y no se parecía en nada al resto de templos que habíamos visitado.
Después de Fushimi volvimos a movernos en tren hacia Arashiyama, para conocer un bosque de bambú muy famoso que según la guía que habíamos leído era como el de la película de “Tigre y Dragón”. El bosque estaba muy bien, pero estaba tan lleno de gente que de “Tigre y Dragón” nada de nada, además se puso a llover al poco rato de estar por allí, y después de pasear un poco y hacer unas fotos decidimos subirnos otra vez al tren para acercarnos al centro de la ciudad.
Una vez en el centro estuvimos dudando entre desplazarnos en autobús hacia la zona con más monumentos (el distrito de Higashiyama), tal y como nos habían recomendado, o ir caminando, y al final decidimos tirar de piernas, y así veíamos más detenidamente la ciudad y nos ahorrábamos un dinerillo, que ya íbamos muy justos porque al ser nuestro último día en Japón nos quedaban pocos yens. Además, por el mapa tampoco parecía que estuviese todo tan lejos. De hecho, después de caminar durante “solamente” 45 minutos llegamos al primer templo que queríamos visitar, el Sanjüsangen-do (para nosotros, Sangenjo), conocido por sus 1001 estatuas casi idénticas de la diosa Kannon con mil brazos cada una. El templo por fuera estaba muy bien, aunque no era tan espectacular como otros templos budistas que habíamos visto por ejemplo en Nara, pero al entrar en la sala en la que estaban las diosas Kannon nos quedamos sin palabras, esa imagen sí que era increíble. Además coincidió que un monje budista comenzó a rezar y a tocar una campanita cuando estábamos por allí dentro y aquello se convirtió en un momento para recordar. Lo malo es que no dejaban hacer fotos en aquella zona, pero eso sí, podías pagar 20 euros por el librito de imágenes del templo que te vendían los monjes budistas a la salida.
Tras visitar el templo Sangenjo seguimos paseando por el distrito de Higashiyama hacia otro templo budista, el Kiyomizu-dera y para llegar a él tuvimos que atravesar un cementerio que estaba sobre la ladera de una montaña. Aunque no seamos muy fans de los cementerios, hay que reconocer que aquel era bonito, más que nada por el lugar en el que estaba y las vistas que tenía de toda la ciudad. Después de visitar el templo Kiyomizu-dera, comenzamos a callejear un poco por la zona y nos encantaron las casas de aquel barrio y el ambiente tranquilo que había por allí cuando se salía del recorrido típico de los turistas. Después de un rato paseando por fin encontramos el templo Kodaiji, desde el que había unas vistas impresionantes de la ciudad, y como estaba empezando a ponerse el sol nos quedamos allí un rato sentados esperando a ver el atardecer sobre Kioto. Aquella escena fue de lo mejor que vimos en nuestro viaje, pero los mosquitos se encargaron de que empezásemos a tener ganas de marcharnos de allí, nos comieron vivos. Bajamos hacia el centro de la ciudad por el barrio de Gion, en el que supuestamente es fácil encontrarse con geishas por la calle, pero no tuvimos la suerte de ver ninguna. De todos modos el barrio tenía mucho ambiente, y aunque daba mucha pena no quedarse más tiempo, había que irse pronto hacia Nara, que teníamos que preparar las maletas para marcharnos al día siguiente hacia Bangkok.
Al llegar a Nara, y en la salida de la estación volvimos a ver a nuestro amigo Susumu haciendo piruetas con su bici, y esta vez también había un grupo de chicos dando saltos con sus monopatines. Nos quedamos un rato con ellos para hacerles fotos y nos dieron sus emails para que se las enviásemos, y todo esto hablando por gestos.
En el albergue comenzamos a preparar las maletas un poco apenados, porque sabíamos que al día siguiente ya abandonábamos aquel país que tanto nos gustaba y en el que nos habían quedado tantos lugares por visitar. Pero también teníamos la sensación de que algún día tendríamos la suerte de poder volver.

HONSHU OCCIDENTAL

Aquel día nos levantamos aún más pronto (6:10) para coger el tren de las 7 a Kioto, ya que desde allí salía nuestro siguiente tren hacia Hiroshima a las 8:20. A las 10:30 de la mañana ya estábamos en Hiroshima, y desde allí, como seguíamos con ganas de más tren, nos cogimos otro hacia Miyajima-guchi. Al llegar a la estación Miyajima-guchi, cambiamos de medio de transporte y nos subimos a un ferry para llegar a la isla de Miyajima, donde se encontraba el torii flotante (puerta sintoísta) del Santuario Itsukushima-jinja, una de las mejores vistas de Japón. El lugar era precioso, y a pesar de ser muy turístico y estar lleno de gente, la vista de la puerta sintoísta en medio del mar merecía la pena.
En aquella isla también tenían ciervos domesticados por todos lados y se repetían las escenas del día anterior, japoneses corriendo y pegando gritos con ciervos acosadores detrás pidiendo comida, muy gracioso. Dimos un paseo por la zona, hicimos 200 fotos al torii flotante, y nos cogimos el ferry de vuelta para pasar el resto del día en Hiroshima.
Desde la estación de Hiroshima comenzamos a caminar hacia el Parque de la Paz, en el que se conmemora de la caída de la primera bomba atómica en 1945. La ciudad está totalmente reconstruida y recuperada de aquella tragedia, y aunque no es muy bonita, porque sus edificios no tienen nada de especial, la visita a la zona en la que se recuerda la caída de la bomba está interesante. Cuando uno está allí viendo cómo quedó el único edificio que sigue en pie desde aquel día se ponen los pelos de punta.
Mientras paseábamos por el parque de repente se nos acercó una pareja de japoneses que nos preguntaron de dónde éramos, y nos dieron unos panfletos que iban repartiendo para convencer a la gente de que se convirtiera al cristianismo. Qué curioso, seguro que en Japón ellos son vistos como bichos raros, igual que nosotros en España vemos a los Hare Krishna cuando pasan por la calle con sus túnicas naranjas y sus campanitas.
Cuando ya terminamos la visita por el parque, una señora se nos quedó mirando y se puso a hablar con nosotros en perfecto inglés. Nos regaló unos pastelitos, que no probamos delante de ella por miedo a que estuvieran muy malos, y cuando le preguntamos que dónde se podían comprar gorras del equipo de béisbol de la ciudad (los Hiroshima Carps) nos acompañó hasta un centro comercial y comenzó a preguntar por allí dentro dónde podía conseguir la gorra. Al final la encontramos en la sección de juguetes, pero era para niños y no cabía en el cabezón de Alfonso (toma esaaaaaa). Después, la mujer se despidió de nosotros y nos recomendó un sitio para comer el plato típico de la zona, el ikonomi yaki, una especie de pizza rellena de fideos con verduras. Fuimos al lugar que nos recomendó y no decepcionó, la pizza japonesa estaba de muerte. Después de comer abrimos los pastelitos que muy amablemente nos había regalado la señora simpática, y menos mal que no los probamos delante de ella, porque habría sido difícil disimular la cara de asco que pusimos los dos al morder aquello.
Nada más comer dimos un paseo por el centro de la ciudad y volvimos hacia la estación de tren para viajar esta vez a Osaka, que nos pillaba de camino hacia Nara.
Al llegar a Osaka ya había anochecido, y aprovechamos para subir al Edificio Celeste de Umeda, uno de los más altos de la ciudad que tiene un mirador en el último piso. Al mirador lo llaman el Floating Garden, y la verdad es que sólo la subida a lo alto del edificio ya impresionaba, porque de repente el ascensor quedaba sin paredes a los dos lados y parecía que te quedabas suspendido en aire. Ya en el mirador, las vistas de la ciudad eran impresionantes, luces y rascacielos por todas partes.
Después de subir al Floating Garden, cogimos el metro y fuimos hacia Dotombori, una calle por la que pasa el canal con el mismo nombre y que es famosa por tener muchos restaurantes, bares y teatros. El lugar era muy curioso, muy futurista, y la gente iba con ropas y peinados muy llamativos, nos daba la impresión de estar metidos en la película de “El Quinto Elemento”. En aquel barrio se respiraba alegría por todas partes.
Y después de un día tan completo nos volvimos en tren hacia Nara con algo de cansancio, la verdad, pero muy contentos.

POR EL DÍA EN NARA Y POR LA NOCHE EN KIOTO

Para recorrer la zona de Kansai decidimos alojarnos en Nara, porque en Kioto y Osaka estaba todo ocupado y era mucho más caro. Además, Nara estaba muy bien comunicada por tren con todas las ciudades que queríamos visitar y era uno de los puntos con más monumentos de todo el país, de hecho fue la primera capital de Japón.

Por la mañana salimos pronto en tren desde Kanazawa hacia Nara.  Cuando llegamos a la estación de tren de Nara preguntamos a un policía por cómo ir a la Guest House Yuzan, nuestro alojamiento,   todo con gestos, claro, y el hombre de repente comenzó a caminar muy rápido y nosotros detrás de él, pensando en que nos llevaba a una esquina para indicarnos el camino por el que había que ir. Pero después de caminar cinco minutos detrás de él vimos que nos había escoltado hasta la mismita puerta del albergue, y encima nos hizo una reverencia; si es que no se puede ser más majo! Entramos al albergue y nos recibieron los dueños de la casa, un matrimonio joven que había estado de vacaciones en España y sabía decir “Buen viaje” en español, algo es algo. Dejamos las maletas por allí y nos fuimos a recorrer la ciudad.

Lo primero que nos encontramos fue una calle muy transitada, con edificios modernos, muchas tiendas y restaurantes, la ciudad no parecía gran cosa. Pero poco después, al pasar por debajo de una puerta sintoísta y entrar en el parque Nara-koen, nuestra visión de aquella ciudad cambió totalmente. Aquello era una maravilla, árboles gigantescos, todo el camino con faroles de piedra a los lados y lo más curioso de todo, estaba lleno de ciervos acostumbrados a los humanos, y los pobres se acercaban continuamente a la gente a pedir comida. Por el parque había puestecillos que vendían galletas especiales para ellos, y así la gente podía darles de comer; igual que pasa en España con las palomas, pero aquí con ciervos. La verdad es que al principio impresionaba bastante que se te acercase un ciervo y que se dejara tocar como un perrito, pero después de seguir un buen rato rodeados de ciervos acosadores aquello empezaba a agobiar. De hecho, había gente que tenía que salir corriendo y pegando gritos porque un grupo de ciervos macarras lo habían acorralado. Ver el espectáculo desde fuera era muy gracioso, y por suerte los ciervos que se nos acercaron a nosotros se portaron muy bien dejándose  acariciar y posando para las fotos. Eso sí, después nos perseguían un buen rato para pedir su galleta de recompensa, pero nosotros, como  presidentes de la sociedad “cutre-tourist”, nos negamos a comprar las galletas de ciervo.

Después de caminar un rato por el parque nos encontramos con un tramo de bosque por el que se llegaba a varios templos sintoístas, como el Nigatsu-do y Hakke-do, y desde allí hasta el gran templo Todai-ji, el edificio de madera más grande del mundo, que tenía en su interior el buda de bronce también más grande del mundo. Todo era muy grande y muy bonito, impresionante.

Después de tanto caminar nos recorrimos todo lo que había que ver en la ciudad, así que comimos algo y decidimos salir hacia Kioto a dar un paseo por la tarde-noche, había que rentabilizar el Japan Rail Pass, jeje.

Llegamos a Kioto cuando ya había anochecido y dimos un paseo por la estación central de tren, bastante futurista, y por los alrededores de la estación. La verdad es que esa parte de la ciudad no decía mucho, pero sabíamos que algo bueno había allí escondido, y lo descubriríamos dos días después, porque al día siguiente el plan era visitar Hiroshima.

Cuando llegamos a Nara, al salir de la estación, nos encontramos con un chico llamado Susumu que estaba haciendo piruetas con su BMX y Alfon se puso a hacerle fotos como un loco. Después de un rato viendo cómo saltaba con su bici nos volvimos al albergue a preparar todo para el día siguiente.

Y DE LAS MONTAÑAS AL MAR

Al día siguiente partimos en autobús hacia Shirakawa-go a pasar la mañana por allí. El pueblo también era súper turístico, pero su fama era bien merecida. Parecía el típico pueblo de los cuentos, con sus casas con vigas de madera visible, tejados hechos con ramas, y todos con su cultivo de arroz y su jardín alrededor, hasta a los lugareños parecía que los habían puesto ahí para adornar, era todo muy auténtico. Además, al estar en plenas montañas, se podían recorrer sendas muy fáciles y cortas por los alrededores. Eso sí, aquello era una procesión de gente, porque además coincidió con un día festivo en Japón, y aquí también hay mucho dominguero, aunque los de aquí llevan mejores cámaras.

A mediodía, después de habernos recorrido el pueblo y parte de los alrededores, subimos al siguiente autobús, que nos llevaba a Kanazawa, la ciudad con uno de los jardines más famosos del país, Kenroku-en. Antes de visitar el jardín, fuimos a dejar las maletas a la “Guest-House Namaste”, donde nos quedábamos esa noche. Al llegar nos recibió el dueño de la casa, un surfista japonés muy simpático que se llamaba Makoto…Makoto! Makoto! Makoto el de la moto!

La casa era muy grande y estaba muy bien montada, todo estilo japonés, con sus puertas correderas, sus florecitas y grullas pintadas en las paredes, sus tazas del váter con botones…y sin camas, una vez más tocó dormir en tatami, qué bien! Pero los tatamis no eran para hacer judo y kárate? pues no, también son para dormir. No sabemos cómo los japoneses pueden caminar tan erguidos si duermen en tatamis, nosotros íbamos ya como el Pozí.

Nada más dejar las cosas y hablar un rato con Makoto! Makoto! Makoto el de la moto! nos fuimos al castillo que había en lo alto de la ciudad y al famoso jardín Kenroku-en. El castillo estaba muy bien, muy bonito, pero más impresionante aún era el jardín, todo lleno de flores, lagos, cascadas, puentes de madera, y hasta una garza real pescando en uno de los lagos.

Después del jardín, ya de noche, dimos un paseo por la ciudad y tuvimos la suerte de encontrarnos con una celebración en otro jardín, en la que habían llenado todo con velas y luces de colores por el suelo. Después nos enteramos que lo que se celebraba era la primera luna llena de otoño.

Volvimos a la Guest House y preparamos todo para el día siguiente, en el que ya nos acercábamos a la región de Kansai, la cuna de la cultura tradicional japonesa.

HACIA LAS MONTAÑAS

El tercer día en Japón tocó madrugar y viajar hacia los Alpes Japoneses. El trayecto en tren fue una pasada. El paisaje japonés es espectacular, muy montañoso y arbolado. Las pocas llanuras que hay están pobladísimas, casi siempre con bloques de edificios y casas bajas, y con cultivos de arroz. Los arrozales son muy bonitos, sobre todo en esta época, que ya empiezan a amarillear.

Nada más llegar a Takayama, el pueblo en el que íbamos a dormir aquella noche, nos fuimos a la estación de autobuses a comprar los billetes de autobús para visitar al día siguiente un pueblo típico de la zona que era Patrimonio de la Humanidad, Shirakawa-go, y también nos compramos el de Shirakawa-go a Kanazawa. Estos billetes de autobús ya no estaban incluidos en el Japan Rail Pass, y el dineral que nos costaron nos dolió en el alma, pero bueno, ya que estás allí, no puedes perderte las mejores cosas, hay que ser “cutre tourist” hasta cierto límite.

Ya con los tickets de autobús en el bolsillo nos fuimos a buscar nuestro alojamiento en Takayama. Se trataba de un templo budista que había sido restaurado y transformado en un albergue. Cuando llegamos nos recibió un budista inglés muy místico y bohemio (pero que tenía un iPhone y wi-fi en el templo) que era el dueño del negocio, y nos enseñó todo el templo-albergue y nuestra “habitación”. Resulta que la habitación era como una capilla pero a lo budista, y estaba separada del resto del templo y de otras “habitaciones” por unas cortinas. El señor budista nos recomendó visitar una especie de desván que había al lado de nuestro cuarto para ir a meditar, porque era un lugar mágico en completa oscuridad y sin ruidos y según él, era perfecto para rezar. Nos enseñó las escaleras por las que había que bajar al cuarto oscuro y allí nos quedamos mirando los dos y pensando “sí sí, tranquilo que ahora mismo bajamos”, menudo cague! Suficiente miedo daba ya el dormir allí rodeados de budas dorados mirando por todos lados, como para bajar encima al zulo ese. Ah, eso sí, de camas nada. Allí te ponen dos colchonetas tipo tatami, una colcha bonita, una almohada más dura que una piedra, y a tirar. Pero hay que reconocer que el lugar tenía su encanto.

Por cierto, recomendación para el que vaya a Japón: no lleves calcetines roñosos o con tomates, y córtate los uñales, que aquí te descalzan cuando menos te lo esperas.

Tras dejar nuestras cosas en la “habitación-santuario” nos fuimos a pasear por la ciudad. Visitamos un templo sintoísta que tenía un Gingko biloba milenario impresionante, y después paseamos por la zona antigua, en la que tenían muy bien conservadas las típicas casas de madera de la zona. La verdad es que esa parte del pueblo era muy bonita, aunque muy turística. Estaba todo lleno de gente haciendo fotos por todos lados (como nosotros), pero aún así, mereció la pena visitarlo. Y para rematar el día nos compramos unos maki sushis en el supermercado y nos los comimos tan a gusto en una plaza del pueblo, respirando el aire puro de los Alpes Japoneses, ahí es ná.

SEGUNDO DÍA TOKIOLENSE

El plan para nuestro segundo día Tokiolense (o Tokiolino, o Tokiolano, como se diga, pero el último suena fatal) era levantarnos a las 4 de la mañana para estar antes de las 6 en la lonja del puerto de Tokio y así poder ver los pececitos que se pescan aquí, JAJAJAJAJA. Ya en la noche anterior empezamos a dudar que fuésemos capaces de hacer una animalada así, después de no haber dormido la noche anterior por haber estado en el avión y habernos tirado todo el día de paseítos. Al final decidimos poner la alarma a las 7:30 y llegar a la lonja a eso de las 9, que algo veríamos.

A la mañana siguiente, la alarma sonó insistentemente a las 7:30, pero una mano divina que no sabemos de dónde vino la apagó y seguimos durmiendo hasta las 11 de la mañana, y nos quedamos tan anchos. La verdad es que ese descanso vino muy, pero que muy bien. Para consolarnos por no haber ido a la lonja nos decíamos, “si ya hemos visto la de Vigo, seguro que ésta no es mucho mejor” (ya…claro…). Cogimos las cosas y nos fuimos hacia el Palacio Imperial. Por cierto, hacía un día espectacular, sol brillante, nubes como las de los Simpsons, nosotros paseábamos con nuestras gafas de sol y los Japos sin ellas, y el aire olía bien.

Ese día fue en el que descubrimos que la comida japonesa está buenísima, comas donde comas siempre aciertas, está todo muy rico, pero los dulces están malísimos, si es que se puede llamar dulces a esas masas insípidas rellenas de crema insípida con colores fluorescentes. Si hay algún japonés leyendo esto que no se ofenda, por favor, pero de verdad, vuestros dulces son una guarrería, pastelito no gustar, muy malito, ajjj, askito, tus bollitos ser kakita. Sólo encontramos una bola blanca de nata cubierta por una masa blanca gelatinosa rara (pero no mala) que tenía dentro una fresa y una base de bizcocho, y no estaba nada mal, así que tampoco vamos a tirar por tierra toda la repostería del Japón.

Después de comer, nos metimos a un centro comercial de electrónica gigantesco para ver aparatitos. Como siempre, nos queríamos comprar todo, pero los altísimos precios y la conciencia “cutre tourist” nos ayudó a no derrochar. Sólo nos dedicamos a mirar y toquetear.

A eso de las 17h comenzamos a caminar hacia la Tokyo Tower. Cuando llegamos a la torre ya estaba empezando a anochecer y justo cuando subimos hasta el mirador tuvimos la suerte de ver un atardecer espectacular sobre la ciudad, las vistas desde arriba son impresionantes. Tras bajar fuimos edificio Sony y al barrio de Akihabara, donde están las tiendas de tecnología sin impuestos, muchas tiendas de manga y muchos recreativos (que aquí se llaman Pachinko y ocupan edificios enteros). Todo seguía muy caro, y la gente de la zona también muy peculiar, pero muy majetes.

Cuando las piernas empezaron a pedir auxilio decidimos volver para el albergue, que al día siguiente salíamos pronto hacia Takayama, en los Alpes Japoneses!

LOST IN TRASLATION

Al llegar a Tokio a la mañana siguiente no sentíamos las piernas, pero la espalda sí, y mucho. En la estación de tren del aeropuerto fuimos a recoger nuestro Japan Rail Pass, que nos iba a permitir viajar en tren por todo el país durante una semana por 240 euros, y  había que sacarle rentabilidad, como buenos “cutre tourist” que somos. Nos desplazamos del aeropuerto de Tokio hacia nuestro albergue (Tokyo Hostel) en trenes y metros y nada más llegar al lugar, dejamos las maletas y mochilas y nos fuimos a dar un paseo por la zona, porque no se podía entrar a la habitación hasta las 15h y en ese momento eran las 11 de la mañana. La zona del albergue estaba bastante alejada del centro de la ciudad, pero estaba muy bien, porque era muy tranquila, bien comunicada por metro, y además estaba a un paso de uno de los templos más bonitos de Tokio, el Senso-Ji. Tras darnos una vuelta por el templo, pasamos por un mercadillo muy bonito y curioso que había de camino al albergue. Las tiendas vendían muñequitos manga, kimonos, farolillos, papelitos estampados para hacer papiroflexia, era todo muy chulo, nos entraron ganas de comprar sin parar, pero era carísimo. Para que os hagáis una idea, un muñequito de los que se cuelga en el móvil no baja de los 4-5 euros, un imán para la nevera unos 6 euros como mínimo…y eso, para un “cutre tourist” como nosotros, duele, y mucho. Así que, nos tuvimos que tragar nuestra fiebre consumista, y nos fuimos a comer unas sopas y arroces por el barrio. La comida tampoco era barata, pero más o menos como un menú del día en España. Y encima está todo buenísmo. La verdad es que si se piensa el dineral que cuesta la comida japonesa en España, al final hasta parece barato comer aquí. Lo único malo de los restaurantes es que no hay nada escrito en inglés, pero te puedes hacer una idea de lo que vas a comer porque muchos de ellos tienen fotos de la comida o los platos hechos de plástico fuera del local, y así puedes salirte al escaparate con el camarero y decirle señalando, “¡que quiero esto!”, y él te hará una reverencia, y te dirá “arigato gosaimas”.

Una vez comimos, volvimos al albergue a dejar todo en la habitación, y nos echamos dos horitas de sueño, una ducha, y al centro de Tokio!

Nos fuimos directos al barrio de Shibuya, uno de los que tiene más ambientillo, y nada más salir del metro empezamos a alucinar con la gente loca de Tokio. Los chicos llevaban los pelos de Goku cuando se convertía en súperguerrero, las chicas vestidas de personajes manga…impresionante! Por allí caminaban Sailormoon, Juana y Sergio, Oliver y Benji, Ranma y Rioga, Novita, Sinchán…y todos caminando por la calle como si eso fuera normal. Nos acercamos a algunos de ellos para pedirles si les podíamos hacer una foto, y aunque era un poco difícil entenderse, porque aquí no habla NADIE inglés, al final nos hacíamos unos gestos y enseguida se ponían a posar sonriendo y con los dedos en V.  La gente es encantadora, en un principio son muy tímidos, pero en cuanto les echas una sonrisa te los ganas, y aunque no se enteren de lo que les estás diciendo, ni tú de lo que dicen ellos, siempre te intentan ayudar.

La verdad es que el ambientazo de aquel lugar merecía la pena, daba la sensación de estar dentro de una película.

Por cierto, vimos a Carmen Machí (la de Aída) comprando en una tienda de ropa de montaña del barrio!! Que lo sepa todo el mundo!!! Que Aída es montañera!!! No nos hicimos foto con ella porque nos dio vergüenza interrumpirla, que estaba la pobre sufriendo por intentar entenderse con los tenderos. Les tendría que haber pegado cuatro gritos como al Luisma y seguro que la habrían entendido a la primera.

Después de unas horitas dando vueltas por allí nos volvimos al albergue hechos polvo y comentando todo lo que nos había llamado la atención:

–          Al parecer los japoneses no necesitan gafas de sol aunque haya una luz muy molesta, ninguno las lleva.

–          No hay ni un solo coche aparcado en las calles de Tokio, ni uno. Todo el que tiene coche tiene que hacerse también con una plaza de garaje.

–          Encontrar una papelera o contenedor por la calle es misión imposible, así que te toca ir cargando con la latita de Coca Cola vacía todo el día.

–          La gente se mueve en bici por la ciudad y alguno las deja en la calle SIN CANDADO!!!

–          Los revisores del tren sonríen a la gente y saludan a todos los pasajeros haciendo una reverencia al entrar y al salir del vagón.

–          Las tazas del váter tienen más botones que las naves espaciales, y creemos que sirven para limpiarse las partes nobles en distintas modalidades, pero no estamos seguros. Y lo más increíble de todo: los baños públicos están limpios…Y TIENEN SIEMPRE PAPEL!!!

Sabemos que todas estas cosas son difíciles de creer, pero todo es verdad, y tenemos fotos para demostrarlo.

LOS AROMAS DE BANGKOK

En nuestro segundo día en Bangkok todo parecía diferente, después de haber dormido 9 horas seguidas. Con muchas ganas nos pusimos nuestras mochilas y preparamos las cámaras, decididos a pegarnos una buena caminata (nada de TukTuks). En nuestro paseo pudimos apreciar esos aromas que hay en cada rincón de la ciudad, bueno, más que aromas, dejémoslo en olores, que pasan desde esencia de alcantarilla, aceite “requemao”, cadáver, flores y calamar podrido, y todas estas fragancias pueden disfrutarse con tan sólo moverse diez pasos. Después de caminar como una hora y hacer 200.000 fotos un señor muy simpático nos paró por la calle para preguntarnos de dónde éramos y dónde íbamos, a este señor lo bautizamos como “El Recomendador”. Cogió un papel y empezó a apuntar en Tailandés en un trozo de periódico -y en nuestro librito también- todos los sitios a los que él pensaba que teníamos que ir, y de repente paró a un TukTuk que iba por la carretera y le dijo, “lleva a estos dos a todos estos sitios” (pero en su idioma). Y como somos fáciles de convencer, por no decir pánfilos, allí que nos metimos en el TukTuk con el, hasta ese momento, “amigo Kun” (DJ Kun). Comienza el viaje, y todo va muy bien, nos lleva a un templo budista precioso, que además sólo abría dos veces al año y justo ese día era uno de ellos (somos unos suertudos!!). En ese templo se encontraba el Lucky Buddha, que da buena suerte a todo el que lo visita (a ver si es verdad). Y después, DJ Kun, nos pone cara de buena persona y nos dice: “You help me and I help you”, y nos toca ir a una tienda a hacer la tontería para que al señorito le den su cupón. Lo peor es que a esa misma tienda nos llevó el día anterior el “maldito Nen”, y al entrar por la puerta nos dice el que atendía: “ eh! a vosotros ya os conozco!!”, y por supuesto no puso ningún interés en vendernos nada. Después “amigo Kun” nos llevó al Marbel Temple, otro templo budista muy bonito, pero cuando salimos para que nos llevase al Grand Palace no había ni rastro de “amigo Kun”, nos había dejado tirados porque ya había conseguido su cupón para la gasolina gratis!!!Noooooooo!!!Maldito Kun!!! Al vernos allí mosqueados se nos acercó otro conductor de TukTuk, que por cierto sólo tenía dos dientes pero eran muy grandes, a chivarse de que el otro se había largado en cuanto entramos en el templo. Este conductor, “Sindi”, nos ofrecía llevarnos a donde quisiéramos gratis -sí, gratis, que lo sepa todo el mundo- si nos dejábamos llevar a otra tienda para que le dieran su cupón. En un principio dijimos que no, pero cuando nos dimos cuenta de lo lejísimos que estábamos del Grand Palace y lo justos que íbamos de tiempo (esa misma noche salíamos hacia Tokio), decidimos confiar en “Sindi”, así que nos llevó a una tienda de joyas, y después de dar unas vueltas por allí y no comprar nada, como siempre, “Sindi” nos dejó en el Grand Palace, sin pedir dinero a cambio tal como acordamos, y encima nos echó una sonrisa “de diente a diente”. A éste, por buena persona, le tocó una buena propina -le dimos…..30 centimos de euro por cruzar Bangkok y hacer el paripé en una tienda!!!!-.

Después de estar todo el día por ahí de templos, tiendas y TukTuks, volvimos a coger las maletas y mochilas y nos pillamos otra vez el metro hacia el aeropuerto, Tokio nos esperaba a la mañana siguiente.

LA GON BANGKOK! KONICHIWA TOKIO!

QUÉ PASA NEN?

Tras 12 horas de vuelo sin pegar casi ni ojo (Alfonso hizo ruiditos sólo dos veces y poco rato), aparecimos a las 6 de la mañana en el aeropuerto de Bangkok, muy cansados pero con ganas de patear la ciudad. Cogimos el metro y después el Skytrain, que nos llevó desde el aeropuerto a Siam Station, donde está Wendy´s Guest House, nuestro alojamiento (muy chulo, por cierto). Dejamos las maletas, dormimos un par de horas, comimos (muy bien, por cierto) y a patear, bueno, o al menos esa era nuestra intención, patear, porque tras bajar del edificio State Tower, desde el que se ve toda la ciudad a través de los ventanales de la planta 64, un conductor de TukTuk, llamado Nen (qué pasa Nen?) nos convenció para llevarnos a donde quisiéramos y todo el día por 20 baths (medio euro). Para el que no haya estado nunca en Bangkok que sepa que viajar en TukTuk es barato, pero significa que durante el trayecto hay que parar en tres o cuatro tiendas y hacer el paripé de echar un ojo a lo que tienen como si quisieras comprar algo, aunque luego no compres. Los dueños de las tiendas dan a los conductores de TukTuk unos cupones de descuento para gasolina por cada turista que lleven. La frase más típica de los conductores para convencerte es: “you help me and I help you”. Ese día vimos, además de las tiendas, dos templos budistas (impresionantes, por cierto), y unos atascos del copón -sí, suena feo, pero es que queman-. Nos fuimos a cenar y quedamos con el, hasta ese momento, “amigo Nen” para que nos llevara por la noche a un Ping Pong Show -todo el que va a Bangkok debería ver los “circus-like sex shows” como dice la Lonely Planet- . Nos recogió como habíamos acordado y todo iba muy bien, jiji jaja, amigo Nen por aquí, qué pasa Nen por allá, Spain World  Champion, matador, blablablá, llegamos a la puerta del Ping Pong Show y cuando preguntamos el precio nos pareció carísimo -una pasta-, así que le dijimos al conductor anteriormente conocido como “amigo Nen” que nos volviese a llevar a Siam. Empezó a mosquearse y a decir que si no entrábamos al Ping Pong Show no nos llevaba más en su TukTuk (seguramente también se llevaba comisión por cada turista que entrara a ese sitio), así que eso nos hizo, el “maldito Nen”, allí nos dejó tirados, a dos horas de caminata hasta nuestro alojamiento, a las 11 de la noche y con un palizón en el cuerpo que os podéis imaginar,  jurando que no volveríamos a confiar en un conductor de TukTuk, ¡MALDITO NEN! -no da tanto miedo pasear por Bangkok de noche, sólo hay que sacar pecho como en el barrio del Raval en Barcelona…-

 

VIP

Antes de nada decir que los vuelos de este viaje nos han salido gratis debido a la cantidad de millas de premio que fui acumulando en mi anterior curro con Pharmamar. Llegue a tener el status oro con la Thai. Pero ha caducado el status y aun asi se han tirado el rollo y nos han dejado entrar en la sala VIP. Buena manera de empezar el viaje!!!!

EL DÍA D

Nunca he sabido lo que significa el día D, hasta hoy.

Ya tenemos preparado todo, y nos llevan al aeropuerto dentro de una hora, llegaremos a Bangkok a la 1 de la mañana calculo yo, aunque entonces serán las 6 de la mañana allí, y según lleguemos al albergue, nos pondremos a caminar, a ver si machaco el pie de una vez por todas. Ya habrá tiempo de dormir o de descansar algo en algún Onsen japonés.

Lo que de verdad se va a agradecer es que nos sigáis; ya sólo con los comentarios recibidos han entrado ganas de escribir, aunque sinceramente, prefiero las entradas cortas, y con el móvil será más sencillo.

Muchas gracias por los comentarios de verdad, y lo dicho, primera parada: Barajas, check-in a las 11:00, departure a las 13:00.

PREPARANDO POCO

Hola! Somos Alfon y Cristi, y ésta es nuestra hoja de ruta.

Pues sí, ya tenemos un espacio para el viaje por tierras asiáticas, intentaremos llevarlo al día, pero ya sabéis, a nuestro estilo, con posts cortos o largos según nos plazca, con fotos buenas y con malas según nos plazca, desde móvil o desde el ordenador…en fin que nos dejéis comentarios que nos hará mucha ilusión.

Lo único que destacar es que lo hemos preparado más bien poco, aún a día de hoy no tenemos reservados algunos albergues en Japón, pero eso es lo que le da emoción.

Lo que está claro es que volamos el 14 de Septiembre a Bangkok, y de allí volaremos a Japón, para terminar el periplo descansando en Bali y volviendo a España el 2 de Octubre. Que Dios nos pille confesados…

Seguidnos, a ver si os mola (la hora del post es ya la Asiática!)