PASEANDO ENTRE TEMPLOS

Nuestro último día en Japón lo dedicamos a visitar Kioto. Esa noche llovió muchísimo, y por la mañana chispeaba un poco, pero tenía pinta de que iba a parar en cualquier momento. Cuando aparecimos en la estación de Nara por la mañana pasó algo insólito y que nadie esperaba, el tren que salía hacia Kioto se estaba retrasando. Decimos insólito porque hasta ese momento los trenes no se habían retrasado ni un solo minuto, nunca. De hecho, llevábamos los relojes sincronizados con la salida y llegada de los trenes, porque siempre habían sido exactos, vamos…igual que en España, lo mismo. Lo que estaba ocurriendo con ese tren era que por las fuertes lluvias se habían inundado algunos tramos de vía, y al final cancelaron ese recorrido hasta nuevo aviso, o eso nos imaginamos nosotros, porque no entendimos nada al señor que nos lo explicó. Ese día descubrimos que los japoneses también son humanos y cometen errores. De todos modos, rápidamente buscaron la solución, y a todos los que teníamos el Japan Rail Pass nos dieron una tarjeta que nos permitía viajar todo el día con otra compañía de tren, la Kaihen, hacia nuestro destino. Así que al final llegamos a Kioto un poco más tarde de lo previsto, pero no demasiado.
La verdad es que saber que había tantísimas cosas que ver en aquella ciudad agobiaba un poco porque ya sólo nos quedaba un día por allí, así que decidimos visitar lo que nos diera tiempo sin prisas, que ya bastante habíamos corrido los días anteriores.
Lo primero que fuimos a visitar en Kioto fue el templo de Fushimi, en el que se puede ir siguiendo un camino de varios kilómetros por las montañas caminando por debajo de cientos de puertas sintoístas todas alineadas. El lugar era increíble, muy bonito, y no se parecía en nada al resto de templos que habíamos visitado.
Después de Fushimi volvimos a movernos en tren hacia Arashiyama, para conocer un bosque de bambú muy famoso que según la guía que habíamos leído era como el de la película de “Tigre y Dragón”. El bosque estaba muy bien, pero estaba tan lleno de gente que de “Tigre y Dragón” nada de nada, además se puso a llover al poco rato de estar por allí, y después de pasear un poco y hacer unas fotos decidimos subirnos otra vez al tren para acercarnos al centro de la ciudad.
Una vez en el centro estuvimos dudando entre desplazarnos en autobús hacia la zona con más monumentos (el distrito de Higashiyama), tal y como nos habían recomendado, o ir caminando, y al final decidimos tirar de piernas, y así veíamos más detenidamente la ciudad y nos ahorrábamos un dinerillo, que ya íbamos muy justos porque al ser nuestro último día en Japón nos quedaban pocos yens. Además, por el mapa tampoco parecía que estuviese todo tan lejos. De hecho, después de caminar durante “solamente” 45 minutos llegamos al primer templo que queríamos visitar, el Sanjüsangen-do (para nosotros, Sangenjo), conocido por sus 1001 estatuas casi idénticas de la diosa Kannon con mil brazos cada una. El templo por fuera estaba muy bien, aunque no era tan espectacular como otros templos budistas que habíamos visto por ejemplo en Nara, pero al entrar en la sala en la que estaban las diosas Kannon nos quedamos sin palabras, esa imagen sí que era increíble. Además coincidió que un monje budista comenzó a rezar y a tocar una campanita cuando estábamos por allí dentro y aquello se convirtió en un momento para recordar. Lo malo es que no dejaban hacer fotos en aquella zona, pero eso sí, podías pagar 20 euros por el librito de imágenes del templo que te vendían los monjes budistas a la salida.
Tras visitar el templo Sangenjo seguimos paseando por el distrito de Higashiyama hacia otro templo budista, el Kiyomizu-dera y para llegar a él tuvimos que atravesar un cementerio que estaba sobre la ladera de una montaña. Aunque no seamos muy fans de los cementerios, hay que reconocer que aquel era bonito, más que nada por el lugar en el que estaba y las vistas que tenía de toda la ciudad. Después de visitar el templo Kiyomizu-dera, comenzamos a callejear un poco por la zona y nos encantaron las casas de aquel barrio y el ambiente tranquilo que había por allí cuando se salía del recorrido típico de los turistas. Después de un rato paseando por fin encontramos el templo Kodaiji, desde el que había unas vistas impresionantes de la ciudad, y como estaba empezando a ponerse el sol nos quedamos allí un rato sentados esperando a ver el atardecer sobre Kioto. Aquella escena fue de lo mejor que vimos en nuestro viaje, pero los mosquitos se encargaron de que empezásemos a tener ganas de marcharnos de allí, nos comieron vivos. Bajamos hacia el centro de la ciudad por el barrio de Gion, en el que supuestamente es fácil encontrarse con geishas por la calle, pero no tuvimos la suerte de ver ninguna. De todos modos el barrio tenía mucho ambiente, y aunque daba mucha pena no quedarse más tiempo, había que irse pronto hacia Nara, que teníamos que preparar las maletas para marcharnos al día siguiente hacia Bangkok.
Al llegar a Nara, y en la salida de la estación volvimos a ver a nuestro amigo Susumu haciendo piruetas con su bici, y esta vez también había un grupo de chicos dando saltos con sus monopatines. Nos quedamos un rato con ellos para hacerles fotos y nos dieron sus emails para que se las enviásemos, y todo esto hablando por gestos.
En el albergue comenzamos a preparar las maletas un poco apenados, porque sabíamos que al día siguiente ya abandonábamos aquel país que tanto nos gustaba y en el que nos habían quedado tantos lugares por visitar. Pero también teníamos la sensación de que algún día tendríamos la suerte de poder volver.

One Reply to “PASEANDO ENTRE TEMPLOS”

  1. qué diario más chulo con todos los nombres de las ciudades que leo en las novelas y que tengo tantas ganas de conocer.. ahora un poquito más cerca con vuestras aventuras. algún día! un abrazo fuerte a los dos y gracias!

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