HACIA LAS MONTAÑAS

El tercer día en Japón tocó madrugar y viajar hacia los Alpes Japoneses. El trayecto en tren fue una pasada. El paisaje japonés es espectacular, muy montañoso y arbolado. Las pocas llanuras que hay están pobladísimas, casi siempre con bloques de edificios y casas bajas, y con cultivos de arroz. Los arrozales son muy bonitos, sobre todo en esta época, que ya empiezan a amarillear.

Nada más llegar a Takayama, el pueblo en el que íbamos a dormir aquella noche, nos fuimos a la estación de autobuses a comprar los billetes de autobús para visitar al día siguiente un pueblo típico de la zona que era Patrimonio de la Humanidad, Shirakawa-go, y también nos compramos el de Shirakawa-go a Kanazawa. Estos billetes de autobús ya no estaban incluidos en el Japan Rail Pass, y el dineral que nos costaron nos dolió en el alma, pero bueno, ya que estás allí, no puedes perderte las mejores cosas, hay que ser “cutre tourist” hasta cierto límite.

Ya con los tickets de autobús en el bolsillo nos fuimos a buscar nuestro alojamiento en Takayama. Se trataba de un templo budista que había sido restaurado y transformado en un albergue. Cuando llegamos nos recibió un budista inglés muy místico y bohemio (pero que tenía un iPhone y wi-fi en el templo) que era el dueño del negocio, y nos enseñó todo el templo-albergue y nuestra “habitación”. Resulta que la habitación era como una capilla pero a lo budista, y estaba separada del resto del templo y de otras “habitaciones” por unas cortinas. El señor budista nos recomendó visitar una especie de desván que había al lado de nuestro cuarto para ir a meditar, porque era un lugar mágico en completa oscuridad y sin ruidos y según él, era perfecto para rezar. Nos enseñó las escaleras por las que había que bajar al cuarto oscuro y allí nos quedamos mirando los dos y pensando “sí sí, tranquilo que ahora mismo bajamos”, menudo cague! Suficiente miedo daba ya el dormir allí rodeados de budas dorados mirando por todos lados, como para bajar encima al zulo ese. Ah, eso sí, de camas nada. Allí te ponen dos colchonetas tipo tatami, una colcha bonita, una almohada más dura que una piedra, y a tirar. Pero hay que reconocer que el lugar tenía su encanto.

Por cierto, recomendación para el que vaya a Japón: no lleves calcetines roñosos o con tomates, y córtate los uñales, que aquí te descalzan cuando menos te lo esperas.

Tras dejar nuestras cosas en la “habitación-santuario” nos fuimos a pasear por la ciudad. Visitamos un templo sintoísta que tenía un Gingko biloba milenario impresionante, y después paseamos por la zona antigua, en la que tenían muy bien conservadas las típicas casas de madera de la zona. La verdad es que esa parte del pueblo era muy bonita, aunque muy turística. Estaba todo lleno de gente haciendo fotos por todos lados (como nosotros), pero aún así, mereció la pena visitarlo. Y para rematar el día nos compramos unos maki sushis en el supermercado y nos los comimos tan a gusto en una plaza del pueblo, respirando el aire puro de los Alpes Japoneses, ahí es ná.

2 Replies to “HACIA LAS MONTAÑAS”

  1. Pero vamos a ver, habiendo dormido la siesta en una mesa de laboratorio y con un tupperware por almohada, ¿te quejas por una colcho-tatami y una stonepillow?, eres un incoherente!

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