Y Dios, señalándoles con el dedo como un relámpago, dijo con voz de trueno:
– Por copular en público, desde hoy os llamaréis cochinillas.
– Pero si estoy oliéndole el culo.
– Pues con más razón. Cochinillas.
– Pero si ya nos pusiste nombre ayer y éramos cangrejos herradura.
– Que me da igual. Cochinillas.
Y ya era el séptimo día y descansó.
Lugar: Gulfport – Estados Unidos