Él se enfadó. Hizo lo de cerrarse la boca con cremallera, echar la llave y tirarla al aire. Al día siguiente ella buscó la llave. Probó con todas las que supo: la llave vieja de las anécdotas juntos, la llave pequeña de lo cotidiano, así hasta la llave maestra del humor, y ninguna funcionó.
Al mes de mudez probó con un cerrajero, un psicólogo amigo suyo. Le recomendó paciencia, seguir queriéndolo, se le pasaría, “todos tenemos derecho a nuestras cojeras”, dijo.
Una noche, al apagar la luz de la mesita él dijo: “Se me ha olvidado por qué me enfadé. Perdona”. Y aquella noche hablaron en sueños.
Lugar: Key West – Estados Unidos